ÁLBUM DE FOTOS

Una de las primeras cosas que hago cuando alguien se muere es ir al álbum de fotos e intentar asimilar que esa persona ya no existe. Elijo una foto bonita, en la que salga sonriendo y la miro detalladamente, un rato. Miro la mirada, los gestos. Intento recordar su voz. Lo hago porque no quiero que se me olvide. Porque me da rabia que la muerte, al final y por encima de todo, sea olvido.

Quiero recordar siempre a las personas que han pasado por mi vida porque se llevan un trocito de mí a donde vayan. Y porque yo me quedo un trocito de ellos que les he robado en algún momento sin que se dieran cuenta.

De él recuerdo sus ojos azules azules azules, su voz tranquila, pausada, su calma siempre. Su amor por la fotografía, sus fotos perfectas. Sus ganas de andar con la cámara a cuestas. El gusto por la buena comida y el buen vino. Una casa acogedora, feliz, de manta y pijama. Murcia.

Y lo que me pone triste ahora, además de pensar que ya no está, es pensar en los que sí están, en esos que guardan el trozo más grande de él, uno mucho más grande que el mío. Casi toda su persona, casi todo su ser. Cómo ser capaces de vivir sin él a pesar de llevarle dentro. Yo todavía no lo entiendo.

Otro Juan, otra muerte inesperada, otro niño sin su padre.