UN AÑO LLENO DE COSAS

Ayer mi hija cumplió su primer año. Y mi amiga Jana me dijo: “Haz un repaso sobre este primer año, haz un artículo o algo así”. Me ha parecido una gran idea porque este año ha sido... diferente, sin duda. ¿Y qué mejor lugar para hacerlo que éste blog donde escribo lo que me nace cuando me nace? Ninguno. Pues ahí va.

Lejos de haber sido el año más radiantemente feliz de mi vida, el que va del 22 de abril de 1008 al 22 de abril de 2009, ha sido el más caótico, desordenado, eufórico, feliz, infeliz y sobre todo, cansado. Muy cansado. He aprendido muchas cosas y aun estoy averiguando otras. He aprendido, sobre todo, a sobrevivir durmiendo una media de cuatro o cinco horas por aquí y dos o tres por allá. A descansar a trozos, a despertarme sobresaltada a media noche y descubrir que los bebés no entienden de horas.

He descubierto que sufro más de la cuenta, que me angustio gratis y que mi cuerpo recibe esa angustia en forma de delgadez. He descubierto que, aunque no duermas, si alguien te despierta con una sonrisa limpia y nueva, el día empieza bien. He descubierto que eso que llaman depresión postparto existe. ¡Y tanto que existe! Y es que lo más maravilloso del mundo, que es tener un hijo, no puede venir solo acompañado de alegrías.

He descubierto que, como alguien me dijo hace muy poco, un hijo es un “multiplicador” de todo. O sea, que lo bueno es increíblemente estupendo y lo malo puede llegar a convertirse en la peor pesadilla. ¿Vale la pena? Sí, vale la pena. Vale la pena mirar unos ojitos que te escrutan hasta las entrañas y que solo revelan paz. Vale la pena reconocerte en un ser pequeñito y ver como cada día descubre cosas increíbles como por ejemplo el ruido que hace un papel de periódico al romperse o el sabor ácido de la naranja. Vale la pena ver como ese trocito de ti y de la que persona a la que quieres se remueve por casa como si explorara un país perdido. O la euforia que siente cuando te ve después de varias horas sin hacerlo.

Vale la pena verla dormir, sentir su respiración acompasada y taparla para que no pase frío. Vale la pena recibir su primer beso y, sobre todo, su primer abrazo. Vale la pena llevarla al parque y verla acumular piedrecitas minúsculas entre los dedos. Observarla mientras abre los cajones y descubre emocionada una caja llena de Tampax que irá sacando uno a uno como si se tratara de gemas preciosas.

Vale la pena mirarla, solo mirarla, y dejarla hacer. No decirle nada. Observar como esos deditos que distinguías en una ecografía ya cogen cosas y obedecen a la cabecita que tanto te costó expulsar. Supongo que es el milagro de la vida. Qué palabras tan grandes –milagro, vida- para una cosa tan pequeña. Igual que el dolor y el amor que puede llegar a provocar. Enormemente pequeño.