UNA MARIPOSA EN EL VAGÓN

En el metro todos miran hacia abajo. Algunos dormitan, se ausentan del mundo por unos instantes. Otros duermen directamente, roncan y babean como si estuvieran en el sofá de casa. Otros tienen la mirada fija en punto flotante en el vagón. Observan el vacío, meditan, descansan. Son pocos los que levantan la cabeza para mirar a su alrededor, porque también es bastante habitual clavar la mirada en los zapatos del de enfrente o en el periódico gratuito que te han dado al entrar.

El otro día me envalentoné y levanté la cabeza para mirar hacia arriba. Descubrí algo maravilloso: una mariposa con grandes alas de colores revoloteaba entre los fluorescentes del vagón. Estaba tan fuera de lugar… Sin embargo nadie reparó en ella. Había que levantar demasiado la cabeza. Supongo que si la hubiera visto en el monte no me hubiera parecido tan hermosa. Pero allí, en medio del gris y el amarillo, en medio del ruido metálico y las conversaciones de nada, me pareció algo extraordinario.

Cuando me bajé, ella todavía seguía allí intentando llamar la atención de los que no podían atenderle. Supongo que debió morir agotada de golpearse contra los fluorescentes. Debió caer al suelo sucio después dar vueltas durante horas en el techo luminoso. Debió morir cegada, sin ver a los de abajo. Pero tampoco los de abajo podían verla a ella, así que eso es lo de menos. Con suerte, al caer derrotada, fue barrida y lanzada a una enorme bolsa de basura llena de colillas, latas y papeles. Con menos suerte, alguien la pisoteó antes de cerrar los ojos del todo y la aplastó esparciendo sus minúsculas vísceras por el suelo frío.

Se equivocó de camino y acabó en un mundo que no es el suyo. Sufrió más de la cuenta, eso seguro. Pero gracias a ella, empezaré a mirar más hacia arriba y a olvidarme de los zapatos del de delante.