Me chocó oír un montón de voces en la casa de al lado, donde hasta hoy siempre había reinado el silencio de la tranquila vida de una anciana. Y, ya por la mañana, me quedé de piedra al saber la hora exacta de su muerte: la 3 y pocos minutos, exactamente la misma en la que mi chico se desmoronaba.
Alguien me ha dicho que es una cuestión de energías, que son muy poderosas. Yo no entiendo de eso, pero la casualidad me hizo pensar en ello durante todo el día. Es que mi novio no se desmaya todos los días. Y mi vecina se murió el jueves por primera vez en su vida.
O sea, yo me imagino a una mujer que, intentando agarrarse a la vida por donde sea, conecta con lo que tiene más cerca, que es el vecino que duerme en la casa de al lado, y le roba un trocito de fuerza para poder aguantar un poco más. Y ahí, en esa hora oscura de la madrugada, los dos, pared con pared, yacían tumbados mientras yo intentaba poner en orden mi sistema nervioso.
A Maruja la echaremos de menos. Hablaba poco, pero cuando lo hacía, te hacía soltar una carcajada fácilmente. Y a mi novio no lo echaré de menos, porque sigue aquí, ahora en posición vertical, pero le diré que guarde muy mucho sus energías en el cajón de la mesita.