DE NOCHE

Hubo un tiempo en el que tenía miedo de la noche. No por el silencio, ni por la oscuridad. No por las pesadillas, ni por el vacío. Sí por el conjunto de todas esas cosas. Sí a oír un llanto en medio de la nada. Sí a mirar el reloj y ver pasar las horas sin haber dormido ni un poquito.

Durante ese tiempo dejé de soñar. Supongo que las pocas horas que dormía, mi cerebro, agotado para tramar vidas imposibles, las aprovechaba para esfumarse y llevarme bien lejos. Aunque la noche es solo una, la mía se partía en cinco o seis mininoches. Con suerte, en dos o tres. Y el día se alargaba hasta las tantas.

¿Alguna vez habéis estado sin dormir mucho tiempo? Hablo de meses, de casi un año. Espero que no.

Pero ahora que lo escribo, ese tiempo ya pasó. Adoro la noche. Siempre la he adorado. Adoro el silencio, la penumbra. Adoro incluso mis pequeñas pesadillas, sobre todo cuando soy capaz de cambiarlas en el transcurso del sueño. Adoro abrir los ojos y ver que aún me queda una hora, o tres, o seis. Adoro oír los ruidos lejanos, los grifos de los vecinos y las voces (flojitas) de los que pasan por debajo de mi balcón. Adoro pensar que todos estamos tumbados a la vez, durmiendo o soñando con vidas imposibles.

Hace un tiempo que mi noche ha vuelto a ser una y ahora ya sé que temerle no sirve para nada.

"Habrá pocos entre nosotros que no se hayan despertado algunas veces antes del alba, o bien después de una de esas noches sin sueños que nos hacen casi enamorados de la muerte, o después de una de esas noches de horror y de alegría informe, cuando a través de las celdillas del cerebro se deslizan fantasmas más temibles que la misma realidad, animados con esa vida intensa propia de todo lo grotesco, y que presta al arte gótico su paciente vitalidad, ya que ese arte es, pudiera imaginarse, especialmente el arte de aquellos cuyo espíritu ha sido turbado por la enfermedad de la revêrie (del ensueño)".

Oscar Wilde. El retrato de Dorian Gray.