DE PIEDRAS Y ABURRIMIENTOS

En un rinconcito del río Mundo hay una roca con un pueblo al fondo. Allí subí a tres niños que miran a las nubes con catalejos que metal, que se duermen en los laureles y que lanzan piedras con guantes de portero. Y me dejaron. Allí tiré una maleta al río que flotó como ninguna maleta ha flotado nunca. Y me dejaron. Y en ella escondí un tesoro que hacía reír mucho. También me dejaron.

A base de tirar piedras, los tres niños mataban el aburrimiento mientras abajo, un general de pañuelo rojo capitaneaba a un miniejército de incansables soldados. A su lado, un hombre llamado amor le robaba al río su mejor perfil y al fondo, en una caravana escondida, dos chicas vestían y peinaban, pintaban bigotes y pupas y le traían la sombra al tesoro escondido. Mientras, dos fornidos caballeros le decían al Sol que se esperara, o que saliera, ellos también movían la sombra, calentaban orejas y llevaban los bolsillos repletos de átomos.

Una mujer con nombre de copo se ocupó de que la soledad se quedara bien lejos del río. Le ayudó un joven con acento de futbolista que iba tapando agujeros por todas partes y, en medio del lío, una pelirroja inquieta pintaba con rotulador negro una pizarra blanca. Un chico sonriente miraba fotos de su amor y nos encendía la tele. Nos enseñaba que estábamos haciendo algo hermoso y entonces su sonrisa se trasladaba a nuestras bocas.

El señor entrañable pintó la maleta con un pincel de oro y trajo consigo a un amigo que sujetaba a los niños a sus risas y les cubría las piernas con mantas. Entre toda la marabunta, un nervio pequeño con nombre de dibujo animado y sus compinches hacían posible la historia. Escondían el ruido, nos traían comida, nos llevaban a casa. Y un chico con forma de paz miraba, miraba, miraba, se colocaba los cascos, buscaba las voces.

Si no habéis entendido nada es porque no estuvisteis allí. En el río Mundo pasan cosas extrañas. Ya lo veréis.

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