Tantos codos en la barra
que faltan dedos para contar.
Un bostezo amanece en el redil;
El aire le hace creer que es libre
y la discusión calienta el puchero
justo antes de la cena de los martes.
Le dijeron que había malos
y él solo se lo creyó.
Le dijeron que no pensara
y le dio por imaginar
que, seguramente, tendría que haber buenos.
Incluso, dicen, le dio por pensar,
en la existencia de un orden lógico
donde su mano no podía cambiar
el lugar que tenía su mano;
Ni contar los dedos de los codos
que se apoyan en la barra.
El aire le hace saber que es libre
como buen ignorante redimido
que no imagina que también
respiran los esclavos,
ni que hay esclavos
que pierden la esperanza manteniendo la fe
antes de saber que son esclavos.
Y todo porque cambiaron los nombres
de los buzones y las puertas
mientras dormías por la noche;
en ese justo momento
en que menos importa el aire,
porque se toma realmente en libertad.
Vinieron entonces a tocar el timbre,
abalados por un futuro
que esquivaba el beriberi,
esa enfermedad tan de pobres
que es mejor tratar de olvidar,
sin caer en que el hambre aprieta más
cuando se tiene lleno el estómago
y vacío el porvenir.
No creas que van a tener ganas
de charlar contigo cuando seas anciano.
No dudes nunca que tendrán a tu edad
los mismo años que tú tienes ahora
y las mismas ganas de hablar con los ancianos.
Y tarde ya vas a comprender
que podías haber tomado decisiones,
cambiar tu mano con tu mano
y prever que los malos hacen las cosas
que te aseguran no puedes tú hacer.
Y será ese día cuando descubras
que te engañaron y que ya no queda
imaginación ni tiempo para enmendarlo.
Porque, ahora por fin sabes,
lo que ellos tanto tiempo te ocultaron:
Es imposible contar mientras tienes los codos
apoyados en la barra.